Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de automutilación psicológica donde el amor propio, el autorrespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está presente, entregarse, mas, que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma, de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación. Bajo el disfraz de amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona “amada”, un simple apéndice.
De manera
contradictoria, la tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma
distorsionado y pesimista: el auténtico amor, irremediablemente, debe estar
infectado de adicción. Un absoluto disparate. No importa como se quiera
plantear, la obediencia debida, la adherencia y la subordinación que
caracterizan el estilo dependiente no son lo más recomendable.
El Desapego no es indiferencia
Amor y Apego no siempre deben ir de la mano. Lo hemos entremezclado hasta tal punto, que ya confundimos el uno con el otro. Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazón, indiferencia o insensibilidad, y eso es incorrecto. El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción.
La persona no apegada
(emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que
deba destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promocionar
el egoísmo y la deshonestidad. Desapegarse no significa salir corriendo a
buscar un sustituto afectivo, volverse un ser carente de toda ética o instigar
la promiscuidad. La palabra libertad nos asusta y por eso la censuramos.
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