jueves, 25 de febrero de 2021

Neurociencia y Resiliencia



Desde la Neurociencia se considera que las personas más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a las situaciones de estrés, soportando mejor la presión. Esto les permite una sensación de control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para afrontar las situaciones difíciles y estresantes.

Algunos autores, más del ámbito biológico, incluyen en su definición de resiliencia el hecho de que esta se manifiesta también a nivel biológico, neurofisiológico y endocrino, en respuesta a los estímulos ambientales (Kotliarenco, María Angélica y Cáceres, Irma. 2011).

La investigación neurológica ha demostrado que tales evocaciones del trauma y estrés se generan con activaciones autónomas de diversas partes del cerebro, en especial las de la memoria y las de vigilancia, es decir, con activación en diferentes áreas del cerebro tales como los núcleos de la amígdala, el lugar azul o locus cerúleo, el hipocampo, y luego el neocórtex.

Es la dualidad mente-cuerpo, en el que ambos se retroalimentan y expresan, de una u otra forma, la respuesta del individuo en una situación estresante o de sufrimiento.

El sufrimiento psicológico va a provocar en el sujeto modificaciones bioquímicas que son perceptibles en los análisis, principalmente el cortisol está vinculado con un incremento de la vigilancia o el estado de hiperalerta, así como de la atención focal. El exceso de cortisol implica: déficits en el desarrollo, la reproducción y en respuestas inmunes adecuadas. Esto explicaría (al menos parcialmente) lo observado en gente sometida a estrés intenso o de larga evolución: disminución del pensamiento asertivo, menor creatividad y proactividad, frecuencia de ideas estereotipadas (repetición de esquemas), así como disfunciones sexuales.

En síntesis: el cortisol atenta contra la resiliencia. Fortalecer nuestra resiliencia también repercute por tanto en el estado de salud física.