El estrés puede definirse como un conjunto de reacciones fisiológicas que se presentan cuando una persona sufre un estado de tensión nerviosa, producto de diversas situaciones en el ámbito laboral o personal: exceso de trabajo, ansiedad, situaciones traumáticas que se hayan vivido, etc.
Cómo nos afecta el
estrés
Un evento estresante siempre
conlleva un cambio o la expectativa de un cambio, en este sentido constituye
una amenaza a la homeostasis (equilibrio natural del organismo), por lo que nos
pone en alerta. El potencial estresante de un suceso vital está en función de
la cantidad de cambio que conlleva: a mayor cambio mayor probabilidad de
enfermar.
La sobrecarga que supone el estrés para el cuerpo no actúa de forma específica, predisponiéndonos para una enfermedad en particular, más bien nos deja en un estado de indefensión, mermando la capacidad general de nuestro cuerpo de regenerarse, defenderse y recuperarse, haciéndonos más vulnerables.
Los sucesos menores, las “pequeñas contrariedades” como por ejemplo el típico atasco en la carretera en hora punta, forman el gran grueso de pequeños eventos estresantes del día a día. Al contar con la fuerza de la costumbre, estas incomodidades del día a día pasan a formar parte de nuestra rutina, las incorporamos como algo habitual, normalizándolas, y respondemos menos a estas pequeñas complicaciones que a los grandes cambios vitales.
Se piensa que este tipo de estrés diario, por su impacto acumulativo, podría constituir una mayor fuente de estrés que los grandes cambios vitales y sería mejor predictor de la alteración de la salud, particularmente de los trastornos crónicos.
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